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EL CUADERNO DE NOÉ
La mente de un niño es un universo prodigioso. La creatividad desborda los límites de su cuerpo y busca manifestarse en el exterior como el agua de un manantial que anhela su cauce. Dibujar es solo una de las múltiples válvulas de escape a través de las que se muestra el bullir constante de su mente en funcionamiento. Poco tiene que ver con lo estético, con dar a luz una obra que resulte hermosa a los ojos. Es, más bien, una manera de poseer la realidad interior o exterior, de volcarla afuera tras haber pasado por el tamiz de su propia percepción, una necesidad ineludible de expresión, un acto casi compulsivo.
Recojo aquí los dibujos de mi hijo Noé. Acaba de cumplir seis años en febrero de 2013. Envidio su pasión, el entusiasmo con el que busca con urgencia un papel en el que dibujar todo aquello que llama su atención, ya sean pensamientos o acontecimientos exteriores, como si en ello se le fuera la vida. Y admiro boquiabierto la manera en la que de sus pequeñas manos van surgiendo trazos mágicos y repletos de vida, porque son auténticos. Disfruto de estos instantes que sé que han de terminar. La escuela acabará con esa mente prodigiosa con la que viene dotado todo niño. Sus dibujos se convertirán en imágenes naturalistas y estáticas. Los ríos se volverán azules y los soles amarillos. Pero mientras ese momento llega, iré almacenando aquí los frutos de la mente de Noé, la mente de un niño.